viernes, 30 de julio de 2010

Odontólogo de mercadillo

Beati Hispani quibus vivere bibere est
Benditos Hispanos, para los que vivir es beber





Al salir había caído el día, la noche me acompañaba cuando camino del tanatorio pase por delante de lo que me pareció la zona de moda en lo que se refiere a copas y Beautiful people de Cordoba. Me detuve y me senté en una mesa a degustar un whisky de malta con hielo y ver pasar gente guapa.


La soledad  y el vacio que pudiera quedar en nuestro interior después de un encuentro de este nivel hay que saber dominarlo para poder seguir viviendo.

Comencé a recordar a mi querido maestro, que falleció con una avanzada edad, feliz como siempre fué y con una vida de cine.

Desde mi posición veía a un aparcachoches que se buscaba la vida cerca de los locales, y recordé una de las anécdotas que tuve con mi maestro.

Por circunstancias que no vienen al caso, necesitábamos un inspector de trabajo full, que se personara en una empresa y levantara una acta de infracción. Nadie de nuestro círculo se ofrció para suplantar al funcionario publico y usurpar sus funciones.

Mi querido maestro demostrando una gran visión señaló a un yonki que aparcaba coches cerca de nuestra sede. Ante el asombro e incredulidad de todo el equipo dijo: “ese es el inspector que necesitamos”.


Sin dudarlo nos pusimos al trabajo, y convencimos al yonki con cuatro duros. Le quitamos veinte kilos de mierda que tenia encima ese hijo de puta, paso por peluquería donde lo arreglaron, recortaron y perfilaron la barba.

Un traje de marca con poco uso que encontramos en el rastro y un par de zapatos Martinelli auténticos con la única pega que el izquierdo era del 42 y el derecho del 44, camisa y corbata todo por tres pesetas. Una credencial full, impresos de actas y un portafolios y ya teníamos a nuestro hombre.

Cuando se lo presentamos, mi maestro nos felicitó, pero al preguntarle algo al yonki se dio cuenta que le faltaban todos los dientes superiores, sin duda por las drogas o las peleas.

Lo cojió y dijo: “volvamos al rastro”, ya allí se dirigió a un puesto de lo que parecía un anticuario o chatarrero. Lo saludó amigablemente y le dijo: “aquí tengo un trabajito para ti” presentándole al desdentado.


El titular del puesto le dijo al yonki “siéntese por favor” indicándole con un gesto el bordillo de la acera, como el dentista que indica a un paciente el sillón de 40.000 euros de su consulta.

Miró dentro de la boca del enganchao, posteriormente metió un par de dedos y palpó durante unos segundos. Acto seguido saco una bolsa de plástico y se puso a rebuscar dentro de ella casi sin mirar, al tacto. Debía haber 30 o 40 dentaduras allí dentro. De momento dijo “aquí esta”, enseñando una dentadura con la satisfacción del que ha cantado bingo.


Se la probó, pero a ese hijo de puta que apenas le quedaban dos o tres dientes, uno de ellos impedía el ajuste de la quijada. Este odontólogo de mercadillo no se desanimó, saco una lima medio oxidada y unos alicates de electricista y en pocos minutos había adaptado la prótesis al pozo de mierda que era la boca del guarro aquel, preguntándole “te roza en algún sitio”, “en absoluto” respondió altivo ese carbón de yonki, con su traje impecable y sus zapatos desparejados, empezaba a hablar como un ser humano por primera vez en muchos años.

Evidentemente, y como ya imaginarán, con la resolubilidad con la que actuaba mi maestro, el operativo fue todo un éxito, no sin alguna que otra incidencia por parte del yonki, como la que aconteció cuando veníamos de vuelta y debido a su enganche (asco de drogas, joder) fumándose una plata de heroína y por los álcalis de ésta, el adhesivo que mantenía la dentadura fija reaccionó, estando apunto de morir de asfixia por haberse atragantado con la prótesis, pero esa es otra historia…

Apuro mi copa, antes de retomar mi camino hacia el tanatorio.


In Memoriam P.S.



Buenas noches.






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